El depósito es el vehículo de inversión tradicional para los pequeños ahorradores. Hasta tal punto que España es el segundo país de la eurozona en volumen de depósitos, solo superado por Alemania. La seguridad que ofrece este producto, cubierto hasta los 100.000 euros por el Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), y las suculentas rentabilidades que han ofrecido todas las entidades en los últimos años, muy superiores a las del resto de países de la eurozona, los presentaban como un caramelo apetitoso para el pequeño ahorrador, y más en momento de turbulencias económicas como los que hemos vivido desde que comenzó la crisis financiera.
Pero el escenario cambió a principios de 2013 cuando el Banco de España limitó la rentabilidad de los depósitos. El organismo tomó esta decisión con el objetivo de eliminar la guerra del pasivo entre entidades que estaba permitiendo unas generosas rentabilidades (por encima incluso del 4%) para los particulares. En el fondo, la estrategia del regulador se enmarcaba dentro de un plan para que la mejora de los márgenes de la banca abriera la puerta a que las entidades comenzaran a prestar dinero.
Lo cierto es que esas rentabilidades cercanas al 4% son agua pasada. En un sólo año, la rentabilidad media de los depósitos a un año se ha reducido del 3,27% al 1,41%. Y esta tendencia a la baja se ha acelerado de cara a los próximos meses, en los que será muy complicado ver rentabilidades por depósitos a corto plazo más allá del 1%. Un año después, la necesidad de pasivo en las entidades no es tan acuciante gracias, entre otras cosas, a la relajación de la deuda española que ha permitido exitosas emisiones de las entidades. Pese a este bocado en la rentabilidad, es curioso observar como los particulares mantuvieron su predilección para con los depósitos durante el 2013.
¿Pero por qué ha ocurrido esto? La explicación a este comportamiento la podemos encontrar en el perfil conservador del inversor español, acentuado aún más con la crisis económica. Pero tampoco debemos obviar que existe un déficit en la formación financiera de los ahorradores, que apenas conocen las ventajas que ofrecen otros productos financieros alternativos.
Por poner un ejemplo, la renta variable de varios países está dando interesantes resultados desde el año pasado, más allá de la volatilidad que afecta a los mercados por culpa de algunos acontecimientos geopolíticos como la crisis entre Ucrania y Rusia y el rebrote de la violencia en Irak. Es cierto que la bolsa siempre es una inversión arriesgada, no apta para todos los perfiles. Pero puede ser una buena oportunidad, sobre todo a través de los fondos de inversión, un vehículo que permite traspasar el dinero y las ganancias de un fondo a otro sin tener que tributar. No pagamos impuestos si utilizamos el dinero de un fondo para contratar otro, algo que seis de cada diez partícipes desconoce, como refleja un informe del Observatorio Inverco. Y además la oferta de fondos permite elegir entre aquellos que se decantan por posiciones de mayor o menor riesgo, ponderando más o menos distintos tipos de activos financieros (más o menos renta fija; más o menos renta variable; distintos entornos geográficos, distintos sectores económicos…)
La política de estímulos del BCE, en su batalla por la salida de la crisis, nos hace pensar que los tipos bajos, actualmente en el 0,15%, se mantendrán en los próximos meses o incluso que podrían bajar al 0%. Y en este escenario, las opciones para obtener una significativa rentabilidad pasan por asumir algunos riesgos, teniendo en cuenta tres reglas básicas: la primera regla que no existe el producto perfecto; la segunda, que siempre hay que atender al perfil inversor de cada uno, y la tercera y fundamental, no invierta en aquello que no entienda.
Juan Santos. Delegado del Comité de Servicios a Asociados de EFPA España en el País Vasco